TRANSFORMACIÓN
Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor. 2 Corintios3:18.
Mirar a Jesús todos los días, como en un espejo. Ese es el secreto de la transformación. El apóstol Juan es el mejor ejemplo de esa metamorfosis espiritual. Llego un día a Jesús, cargando un personalidad deformada por el pecado. El pecado deforma las cosas bellas que Dios creo. Al salir de las manos del creador, Adán y Eva eran semejantes a Dios en su carácter.
Pero, el pecado deterioro en ellos esa imagen. Así, cuando Juan se aproximo a Jesús, traía la deformación del pecado; un temperamento explosivo, egoísta y orgulloso. Su apodo era “el hijo del trueno”. ¿Te imaginas como era el carácter de ese hombre para que llevara ese apodo?
Gracias a Dios que lo que realmente importa, en la vida, no es lo que eres, sino lo que llegaras a ser, transformado por el poder divino. Juan busco a Jesús de todo corazón; lo busco en todos los momentos: lo observaba, lo contemplaba, lo miraba, y lo admiraba. Se quedaba a su lado tanto en momentos de paz y de conflicto; en las horas buenas y en las horas malas. El resultado fue que cuando Juan llego a la ancianidad y estaba solo en la Isla de Pasmos, si apodo ya no era más “el Hijo del trueno” sino “el discípulo del amor”.
¿En que momento cambio la vida de Juan? Nadie podría decirlo. La transformación que el espíritu santo opera en el ser humano es lenta, progresiva, e inadvertida por la propia persona. Los demás lo ven; quienes están en tu entorno lo perciben. Tu no; tu te sientes cada vez mas indigno e insuficiente. Mirar a Jesús no es algo romántico; no necesitas quedarte absorto, contemplando el retrato de Jesús. Mirar a Jesús significa buscarlo todos los días, mediante el estudio de la Biblia, de la oración y de la meditación.
Si haces eso, el carácter de Jesucristo ira reproduciéndose lentamente en tu vida, y serás cada día mas semejante a el. Por eso hoy, antes de salir a enfrentar las luchas de un nuevo día, lleva a Jesús tus cargas. Llévale las montañas de promesas que no cumpliste; tus desciciones de arena; tus determinaciones humanas, y dile: “Señor yo solo no puedo; necesito desesperadamente de ti. Ven y avita en mi”. Por que “mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario